jueves, 22 de marzo de 2018

CONVERTIRNOS EN DIOSES: Aborto y Comunión en la mano




THE REMNANT

CONVERTIRNOS EN DIOSES: Aborto y Comunión en la mano 

CONVERTIRNOS EN DIOSES: El Asesinato de Desdémona por Otelo, Aborto y Comunión en la Mano
“¡Diabólica piedad! Cuando el demonio quiere lograr sus más perversos fines, empieza seduciendo al alma incauta con gracia celestial.”
Yago, Otelo, Desdémona y el Padre de la Mentira
La literatura inglesa ofrece muchos estudios sobre la maldad humana, pero quizás el más perturbador y espantoso de todos es Yago, el villano de Shakespeare en la tragedia Otelo. Yago nos permite examinar la afirmación de Santo Tomás de Aquino: que mentir modifica a la persona a imagen del mismísimo demonio. Yago es considerado por los historiadores literarios como tal vez el personaje más puramente maligno de la literatura inglesa, cuyas manipulaciones calculadas y despiadadas ocasionan la ruina y la muerte a su alrededor. Y lo logra por medio de la mentira y la presentación de una falsa fachada de virtud, una “gracia celestial”.

Yago es el alférez de Otelo, comandante de la milicia veneciana durante las guerras de la república contra los turcos. Yago utiliza la bondad y la inocencia de la amada esposa de Otelo, Desdémona, para destruirlos a ella junto con su comandante. Yago construyó una reputación de honestidad y fidelidad inquebrantable hacia Otelo a través del servicio en la lucha contra los turcos en Rodas y Chipre. En la obra, él utiliza esta confianza y reputación para introducirse en el círculo íntimo del comandante, desplazar a su superior inmediato Cassio, planeando su asesinato, y utilizar finalmente subterfugios para crear sospechas fatales entre Otelo y Desdémona.
¿Por qué? Quizás intencionalmente, Shakespeare no detalla el asunto de las motivaciones de Yago. Sin duda entre ellas se encuentran los celos profesionales. Yago, un narcisista, no puede soportar que Cassio, el lugarteniente, ocupe un rango superior. Y probablemente sienta la humillación de ser un europeo bajo las órdenes de un comandante moro, Otelo.
En una video entrevista, el actor escocés Ewan Mc Gregor sugiere que la maldad de Yago es una degeneración de su amor por Otelo, el de la camaradería inquebrantable entre los hombres de la milicia. Sin embargo, Mc Gregor dice que Shakespeare concluyó la historia de Yago de manera ambigua porque “no puede haber una explicación racional de por qué alguien haría esas cosas.”Esto es verdad de cierta medida, y sin duda los teólogos de la moral coincidirían en que, en algún punto, nos enfrentamos simplemente con el mysterium iniquitatis, lo inexplicable de la maldad humana.
Pero por otro lado, no nos quedamos dudando. La frase repetitiva de Yago en sus monólogos es clara: “Odio al moro.” La razón de su maldad es el odio, y su método es la mentira. Yago es quizás la lección moral más importante después del Nuevo Testamento, sobre lo que puede lograr la maldad humana, y su centro es el engaño.
En el tiempo de Shakespeare, las obras de moral religiosa todavía eran populares, y en esas obras el demonio era enfrentado con la naturaleza de Dios. De entre todos los lugares posibles, las observaciones de Coles Notes sobre la obra mencionan un punto interesante, que Yago se identifica claramente con un demonio.
“Yago dice ‘No soy el que soy’, que puede interpretarse como ‘No soy lo que parezco’. Pero esto nos recuerda una cita de la Biblia que Shakespeare debía conocer: en el Éxodo, Dios das sus leyes a Moisés en el Monte Sinaí, y Moisés le pregunta a Dios Su nombre. Dios responde: ‘Yo soy el que soy’. Si ‘Yo soy el que soy’ significa Dios, entonces la auto-descripción de Yago ‘No soy el que soy’ es directamente opuesta. Yago es lo opuesto de Dios, es decir, él es el diablo. En esta obra, Yago tiene las características del diablo en las obras medievales y renacentistas sobre la moral.”
Al final de la obra, con su trabajo terminado y todas sus víctimas muertas o arruinadas para siempre, Yago permanece en silencio. Sin embargo, su trabajo, sus mentiras, lo dicen todo.
La más grande de las mentiras: Seréis como Dios.
“Replicó la serpiente a la mujer: “De ninguna manera moriréis; pues bien sabe Dios que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios conocedores del bien y del mal.”
Entre 1999 y 2014, trabajé primero como investigadora y luego como redactora de noticias para una organización cuyo único propósito es corregir una mentira genocida que domina a todo el mundo. La ideología del aborto, una de las más grandes mentiras de nuestra civilización, está basada en un conjunto particular de mentiras sobre la naturaleza humana que ganaron predominancia en el siglo XVIII. Hay una razón por la cual el tema del aborto es tan controvertido en nuestra sociedad, dado que su aceptación requiere la aceptación de una cosmovisión completa y extensa – específicamente la del utilitarismo [1] – algo significativamente opuesto a las bases inmutables de nuestra cultura.
Dado que nuestras élites lo aceptaron como principio para guiar todas nuestras estructuras sociales, desarrollamos una civilización que imagina que puede prosperar mientras niega que la vida humana posee algún un valor trascendente. Adoptamos como idea de trabajo básica la aseveración utilitaria/materialista de que los seres humanos son cosas que surgieron de la nada sin ninguna razón, y no tienen más valor moral intrínseco que cualquier otro objeto. Esa civilización, se está despedazando de lado a lado.
Hay un factor psicológico significativo involucrado en la aceptación de esta ideología anti-vida. Los seres humanos no estamos formados para tolerar una contradicción ilógica en el corazón de nuestra sociedad en mayor medida de lo que la toleramos en nuestra vida privada. El intento de aceptar dos ideas contrapuestas producirá una especie de dolor que los psicólogos llaman disonancia cognitiva, sentimiento de agitación que se hará insoportable con el tiempo si la contradicción original no se resuelve.[2] Esta ideología, fundada sobre contradicciones lógicas está generando ahora una especie de disonancia cognitiva en la civilización. Requiere que pensemos que la naturaleza de un ser humano, de la realidad misma, está bajo nuestro control personal; propone que somos como dioses, los autores de nuestra propia naturaleza, con poder sobre la vida y la muerte, pero sabemos que no lo somos.
Por supuesto que al tratarse de algo tan fundamental como el control de la realidad misma, esta noción no puede limitarse simplemente a decidir sobre la persona de nuestros hijos. En los últimos años hemos visto la ideología expandirse como una burbuja. Ahora se aplica necesariamente sobre aquellos en el otro extremo de la vida, y hemos visto el florecimiento de la idea de que podemos terminar con nuestras vidas (y las vidas de otros) cuando lo deseamos. Las leyes sobre la eutanasia y el “suicidio asistido” aparecieron en la escena legal del mundo poco después del año  2000. Pero últimamente nos da la idea de que podemos decidir a nuestro antojo si somos hombres o mujeres, u otro “género” aún no determinado.
Esta es la mentira fundamental detrás de la ideología abortista que capturó la atracción del mundo: que es nuestra la decisión sobre estas cuestiones ontológicas. Es la tentación primigenia; ¿no sería lindo ser como dioses? Sus promotores gustan afirmar que el aborto otorga “libertad” a las mujeres que, de otra manera, se iban a ver “agobiadas” por la maternidad [3]. Dejando esta retórica de lado, un observador sensato podría suponer que se trata sin duda de asegurar una licencia sexual ilimitada. Pero un mayor conocimiento de la apologética abortista revelará que bajo este atractivo superficial de placeres sensoriales está el poder, específicamente el poder de poseer.
Porque la ideología debe comenzar descartando el concepto de persona soberana – una idea basada en la trascendencia del hombre por sobre el resto de la creación – proponiendo que la vida humana, tanto la de nuestros hijos como la nuestra, es algo que podemos afirmar como de nuestra propiedad, sobre la cual tenemos un poder singular como el de un dios. El aborto no solo reduce el valor de un niño al de propiedad privada – la ideología considera al niño como una especie de producto de lujo, un juguete caro para los ricos –convertir a los seres humanos en “commodities” reduce necesariamente al adulto a esa misma condición [4].
En la bioética, los propulsores de esta ideología crearon un sistema complejo de justificación, llamado “principismo”, el cual propone que el valor de la vida humana se puede medir precisamente según tres principios “de justicia, beneficencia y autonomía.” Subvirtiendo a San Pablo, el más grande de estos es la autonomía, sin la cual el utilitarista no encuentra valor alguno en un ser humano. La autonomía puede entenderse simplemente como el poder de actuar. Una madre es persona porque tiene autonomía. Un niño no nacido no lo es porque no la tiene [5].
Deseamos el aborto no solo para desechar a los niños a nuestro antojo, sino para que podamos reclamar posesión sobre nosotros mismos – una vez que tenemos la autonomía utilitarista total, ningún Dios puede decirnos qué hacer; las restricciones morales ya no son un problema. Detrás del aborto está la idea de que los seres humanos solo son cosas, todos los seres humanos, porque en el universo utilitario las cosas son lo único que existe. Y la diferencia principal entre una persona y una cosa es que no se puede utilizar a una persona, mientras que con una cosa podemos hacer lo que queramos. Necesitamos esta ideología para controlar y dar forma a la vida según nuestras preferencias personales, y finalmente para descartarla a nuestro gusto cuando ya no satisfaga esas preferencias [6].
En la atmósfera venenosa del materialismo utilitarista, de la cual surgió el movimiento abortista, el concepto de persona soberana e inviolable y no puede sobrevivir. En el universo utilitarista no puede haber personas, solo cosas, algunas de las cuales tiene voluntad y poder para actuar sobre otras cosas. En tal universo, el concepto de “dignidad humana inherente” y derechos civiles basados en ella simplemente se disuelven.
En resumen, el utilitarismo está creando afanosamente frente a nuestros ojos una distopia Hobbesiana en la que el poder decide lo que es correcto y la vida que sobrevive, aunque en desacuerdo con las demás, termina siendo mala, cruel y corta para muchos. Y esta gran mentira – aceptada y desarrollada durante 250 años – consiguió hasta el momento un estimado de 2 mil millones de muertes por aborto en todo el mundo [7] desde 1971, con 40-50 millones [8] realizados cada año, alrededor de 125.000 por día. Una vida verdaderamente corta para un gran número de personas, con un final muy malo y cruel.
La próxima vez que alguien pregunte por qué no podemos encontrar “puntos afines” con los promotores del aborto, respondamos que es “porque la aceptación del aborto requiere que aceptemos la mentira anti-humana que destruirá toda nuestra civilización.”
Cómo nos cambia la mentira: “Mentir nos asemeja al demonio, porque el mentiroso es hijo del demonio.”
“Pero nadie puede dudar de que miente el que libremente dice una cosa falsa con intención de engañar. Por tanto, decir una cosa falsa con intención de engañar es una mentira manifiesta,” San Agustín [9].
Casi todas las ideas vigentes en nuestra civilización actual son mentiras. Creemos que un niño no nacido es “un conjunto de células” sin valor moral; que una madre puede matar a ese niño sin consecuencias si así lo desea; que los esposos pueden divorciarse; que no hay jerarquía natural o autoridad en el matrimonio; que una familia puede constituirse de dos hombres y un bebé adoptado; que nuestra naturaleza como hombre o mujer puede ser determinada por nuestra voluntad; que la autoridad de los estados deriva de la elección del pueblo; que un estado puede buscar el bien sin referirse a Cristo como Rey; que toda persona tiene el derecho de construir su propio código moral; que la vida es para la acumulación de riquezas o la búsqueda de placer; que hacemos bien en buscar nuestros propios objetivos, determinados por nuestras propias luces; que el trabajo y los logros (o la fama) son los que nos hacen valiosos; que los “derechos humanos” son sinónimo de preferencias personales…que, en resumen, somos “como dioses”. Nuestra civilización, desde la década de 1960, se embarcó en el proyecto de creación de un universo completamente nuevo y radicalmente distinto a la realidad verdadera ordenada por el Dios verdadero.
El simple hecho es que casi todas las personas del mundo occidental viven ahora en una especie de matriz de mentiras e irrealidad. Muchas veces escuchamos el mismo cuento de gente que se convirtió al catolicismo tradicional, que se sienten como si hubieran salido del extraño país de las maravillas de Alicia en el que nada tiene sentido. Dada esta situación del mundo del revés, anti-real, y la inmensa disonancia cognitiva – ansiedad, depresión, y angustia desesperanzada – que debe estar creando en la civilización, ¿cómo van a sorprendernos los levantamientos violentos que vemos surgir en el mundo occidental? Para comprender lo que está provocando la mayor mentira de entre todas las grandes mentiras, debemos acercarnos a los grandes maestros de la teología.
Para Agustín y Tomás de Aquino, una mentira es un acto humano que debe incluir la intención de la voluntad para engañar. Tomás hace la distinción entre una falsedad “material” – la información provista que discrepa de la verdad, y una mentira “formal”, en la que la intención del que habla es decir una falsedad para engañar al que escucha. “Luego si se dan a la vez estas tres condiciones —enunciación de algo falso, voluntad de decir lo que es falso e intención de engañar— en este caso hay falsedad material.”
Un error que muchos cometen sobre la mentira es considerarla solo en términos morales. Pero Tomás argumenta que antes que nada es un asunto de metafísica. Mentir es un acto que discrepa  en esencia con la naturaleza de la realidad.
La mentira es mala por naturaleza [10], por ser un acto que recae sobre materia indebida, pues siendo las palabras signos naturales de las ideas, es antinatural e indebido significar con palabras lo que no se piensa. Por lo cual dice el Filósofo en IV Ethic. que la mentira es por sí misma mala y vitanda; la verdad, en cambio, es buena y laudable. Por tanto, toda mentira es pecado, como afirma también San Agustín en su libro Contra Mendacium.
Luego dice, “La mentira no sólo es pecado por el daño que causa al prójimo, sino por lo que tiene de desorden,” en otras palabras, que es contraria por naturaleza, como un ataque, a la realidad creada por Dios. Al mentir, intentamos derrocar por medio de la voluntad la realidad misma para rehacerla y adaptarla a nuestra preferencia.
Tomás continua diciendo que la mentira empedernida en efecto convierte a la persona en otra clase de ser, uno que por su naturaleza se opone a la Verdad:“Mentir nos asemeja al demonio, porque el mentiroso es hijo del demonio.” Piensen por un momento en la realidad espiritual del hombre; estamos hechos a imagen – semejanza – de Dios. Tomás dice que si mentir “nos asemeja al demonio,” esa acción que cambia nuestra naturaleza como seres humanos.
Porque por sus palabras se conoce de qué región y patria es un hombre: “Porque tu misma habla te da a conocer”, como se dice en Mt 26:73. Así, algunos hombres son del linaje del Diablo y son llamados hijos del Diablo, a saber, los que dicen mentiras; porque el Diablo es mentiroso y el padre de la mentira, como se dice en Juan 8:44.En efecto, él mintió: Gen 3:4: “De ningún modo moriréis”. Más otros son hijos de Dios, los que dicen la verdad, porque Dios es la verdad.
Tenemos la costumbre de pensar en lo físico como lo único que cuenta como real. Pero dado que Dios ve primeramente la naturaleza espiritual, y Su opinión es la única que importa, debiéramos tomar la advertencia de Tomás seriamente. Cambiamos nuestra realidad espiritual fundamental al tomar las mentiras como un modo de ser.
He escrito con frecuencia sobre el concepto de “Lo Real”, y tiene que ver con esto. “Solo lo real importa” significa lo mismo que “la verdad triunfa”. La idea de que podemos vivir una mentira, o vivir con la mentira, es fundamentalmente anti-real; y como tal coloca a una persona en oposición fundamental con el Autor de la realidad, que es Real en Sí mismo, y con la propia naturaleza del hombre como “imago dei”. En resumen, nos hace demoníacos en lugar de divinos.
Es solo después de esta advertencia de no entrometernos con la ontología que Tomás pasa al problema externo de la mentira: esta destruye la civilización porque destruye los lazos de hermandad entre los hombres.
“Segunda: por la disolución de la sociedad. En efecto, los hombres viven juntos, cosa que no podría ser si entre sí no dijesen la verdad. Dice el Apóstol en Ef 4:25: “Despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, porque todos somos miembros unos de otros”.
La nueva misa; un producto del engaño y la manipulación
No hay duda que el socavar – deliberadamente – la unidad y confianza doctrinal católica ha tenido una enorme importancia en la caída de la civilización occidental hasta su caos actual. La historia de la infiltración de los modernistas en las estructuras de la Iglesia en los comienzos del siglo XX, la manipulación del Vaticano II y las convulsiones que la Iglesia enfrentó desde entonces, están inextricablemente vinculadas con los grandes movimientos de las filosofías dañinas que surgieron entre el siglo XVIII y fines del XIX.
Para los católicos, la segunda mitad del siglo XX fue la que marcó el sorprendentemente rápido declive de toda institución eclesial, la pérdida casi universal de la fe y la creencia en la enseñanza, desde el dogma de la Trinidad hasta la abstinencia de carne los viernes. Un colapso que quizás esté encontrando su forma final ahora mientras escribo, con la imposición de un concepto totalmente nuevo de doctrina moral, en la que la desacralización de la eucaristía está a punto de ser norma obligatoria en el mundo cristiano – un signo ciertamente apocalíptico. La llegada del papa Francisco y de Amoris Laetitia – con la aprobación papal de las interpretaciones más liberales de ésta – se hace sin embargo más entendible al contemplarla en el contexto general de todo lo que ha sucedido en la Iglesia desde 1965.
La historia de la destrucción de los ritos litúrgicos católicos tradicionales es larga y compleja. El libro en el que el odioso arzobispo Annibale Bugnini se ensalza a sí mismo tiene más de mil páginas. Michael Davies necesitó tres volúmenes [12]. Lo que sobresale en esta historia es la prominencia de la mentira de un grupo reducido de activistas progresistas que lo hicieron posible; campañas de desinformación intencional, engaño y juegos burocráticos.
Considerando lo que sabemos sobre la mentira, no debiera sorprendernos que haya ocasionado un gran mal, la destrucción de la liturgia milenaria de la Iglesia Católica y su reemplazo por una “fabricación banal”, [13] una nueva invención protestantizada – y anfitriona de prácticas litúrgicas secundarias – diseñadas para actuar como jeringa para inyectar en cada órgano del catolicismo la ideología anti-católica mortal del mundo.
Quizás el caso más famoso proviene del teólogo liturgista, el P. Louis Bouyer, quien en sus memorias [2][14] cuenta la historia del fin de su corto cargo en el Concilio, el comité convocado por el Papa para implementar el documento del Concilio Vaticano sobre la liturgia. Se encontró con Pablo VI para renunciar a su cargo, decisión que, considerando el estatus de Bouyer, resultaría en un golpe a la imagen de legitimidad del Concilio. Al preguntarle el Papa por qué se retiraba, Bouyer le dijo que no podía sancionar a consciencia los cambios que el Papa estaba pidiendo, que serían inevitablemente catastróficos para la vida de la Iglesia.
El papa Pablo, aparentemente consternado, respondió que no estaba al tanto de los detalles que el Concilio estaba preparando. Dijo que él solo aprobaba las normas que le presentaba Bugnini, quien le había dicho que provenían de su comité de expertos. Pero Bouyer respondió que Bugnini les decía a los miembros del Concilio que cada una de las propuestas llegaba como orden directa del Papa. Ante sus objeciones, Bugnini solo se encogía de hombros; ¿qué más podía hacer? Eran órdenes del Papa.
Metodología de mentiras: “reforma” litúrgica que suprime la fe católica
Entre las prácticas litúrgicas secundarias impuestas en la Iglesia junto con la nueva misa, estaba la práctica de la recepción de la sagrada comunión en la mano, de pie en una fila, cosa que sirve como parábola de la destrucción post-conciliar. En un pequeño panfleto, [15], Michael Davies nos ofreció una ventana reveladora de cómo se concibió e implementó esta práctica por parte de un pequeño grupo de ideólogos empecinados a través de un juego de mentiras.
Si bien las fuentes primarias disponibles nos cuentan que en la Iglesia primitiva los comulgantes recibían en sus manos, la práctica se abandonó, y fue luego condenada enfáticamente [16] a medida que creció el conocimiento sobre la naturaleza de la sagrada comunión. Ya para el siglo XIII, Tomás de Aquino había dado la enseñanza clara de que solo el sacerdote, cuyas manos estaban consagradas con ese fin, podía tomar las sagradas especies. Esto fue confirmado recientemente durante el pontificado de Juan Pablo II, quien dijo que tocar la eucaristía era un “privilegio de los ordenados”.
Fue con el advenimiento de las herejías protestantes del siglo XVI, y la imposición agresiva de sus reglas sobre el pueblo, que la práctica de la recepción en la mano revivió, y específicamente para suprimir en la gente los últimos vestigios de la piedad eucarística católica. “Por tanto, desde el tiempo de la Reforma, la colocación del sacramento en la mano del comulgante adquirió un  significado… [el] rechazo de la fe católica…” Consecuentemente, desde aquel tiempo, la práctica de la recepción en la boca de católicos arrodillados intenta atestiguar “su fe en el sacerdocio y la presencia Real” a través del uso consciente de estos gestos de adoración rechazados por el protestantismo, escribe Davies.
Dada esta historia, ¿cómo es que la práctica protestante se hizo casi universal en la Iglesia desde el Vaticano II? Mintiendo. Por una campaña intencional para “agujerear la memoria” del pasado por medio de la desinformación.
Un grupo de sacerdotes de los Países Bajos ya desafiaban en 1965 las rúbricas litúrgicas católicas e imitaban la práctica protestante en nombre del “ecumenismo” y con la aprobación tácita de sus obispos. Esta práctica se esparció a Alemania, Bélgica y Francia a través de la red de sacerdotes “progresistas”, y no fue enfrentada significativamente por los obispos, quienes quizás sintieron que la acción disciplinaria del Concilio ya no era necesaria.
En 1969, tras algunos años de quejas de los fieles, el papa Pablo VI sondeó la práctica entre los obispos del mundo, quienes rechazaron de forma arrolladora una posible aceptación. En mayo, el Papa publicó la Instrucción Memoriale Domini, a través de la Congregación para el Culto Divino. Advertía que la nueva práctica podía hacer “que se llegue a una menor reverencia hacia el augusto Sacramento del altar o a la profanación del mismo Sacramento o a la adulteración de la recta doctrina.” El documento “rogaba” a los obispos a “cumplir celosamente” la ley vigente.
Pero como muchas otras declaraciones y reiteraciones de la enseñanza católica del Vaticano desde 1965, esta contenía un tecnicismo fatal. Otorgaba libertad si el abuso de la recepción en la mano se “hubiera arraigado ya en algún lugar”. Decía que, de ser pastoralmente requerida, la práctica podía ser legalizada por dos tercios de los votos de una conferencia episcopal. Naturalmente, esa era la grieta que los progresistas necesitaban [17]. Con esta luz verde, los revolucionarios se pusieron a trabajar inmediatamente para asegurar que la práctica se “estableciera firmemente” en todos lados. Como señala Davies, estos sacerdotes “liberales” habían establecido que “si infringían la ley, la Santa Sede modificaría esta ley para ajustarse a su desobediencia”, algo que les serviría para la destrucción de la piedad litúrgica católica tradicional y la imposición de una sensibilidad litúrgica de los fieles completamente nueva[18].
Finalmente, los mismos obispos que habían votado en contra de su aceptación, comenzaron a conspirar activamente con las mentiras que la promovían. Como dice Davies, “Para esconder su propia debilidad, promovieron el abuso como una mejor manera de recibir la sagrada comunión.” Entre las mentiras había una, promulgada en Gran Bretaña: los obispos aprobaron un panfleto de la Catholic Truth Society que afirmaba que la nueva práctica estaba en línea con las iglesias orientales. Otra publicación de la Catholic Information Office de Inglaterra afirmaba que la práctica se introducía tras una “extendida” consulta a sacerdotes y laicos. Como escribe Davies, “pocos en el clero sabían que los obispos habían votado sobre este asunto, y la innovación fue impuesta sobre ellos como fait accompli.
En los Estados Unidos, un libro titulado “Predicar y Enseñar sobre la Eucaristía” fue publicado con la aprobación de los obispos norteamericanos. Decía, “en el tiempo del Concilio Vaticano Segundo, algunos católicos, siguiendo los principios litúrgicos aprobados por los obispos, quisieron restaurar como opción la antigua práctica de la comunión [sic] en la mano.” El libro sugería que el cambio contaba con la aprobación del Papa, quien había permitido a los obispos votar localmente, si bien la vieja práctica “se conservaría” universalmente. Los católicos se sintieron halagados al ver el panfleto de los obispos norteamericanos, titulado “El Cuerpo de Cristo”, que decía que la nueva práctica “es para muchos un gesto más maduro y adulto”.
El libro atacaba la liturgia católica tradicional con un párrafo que, según escribe Davies, “parece una lista de quejas realizadas por un reformador protestante del siglo XVI.” Es una pieza clásica de propaganda que juega con las emociones y el egocentrismo de católicos poco informados:
En los siglos ocho y nueve, los laicos estaban completamente excluidos de la celebración. Ya no llevaban sus ofrendas al altar durante la misa, se les requería que lo hiciesen de antemano; el canto lo hacía solo la scola; las intercesiones generales desaparecieron; los fieles ya no podían ver lo que sucedía en el altar porque el sacerdote estaba frente al altar, algunas veces completamente rodeado y totalmente escondido por el iconostasio; el canon se decía en voz baja y todo se desarrollaba en silencio o en un idioma no muy comprendido por la gente.
En nuestro tiempo, el abuso se ha vuelto norma efectiva, de manera tal que una persona que intente recibir de manera tradicional, en la boca, de rodillas, y de manos del sacerdote, corre el riesgo de que le nieguen la comunión o peor aún – como vimos en un infame video de una misa con el obispo Tod Brown de Orange, California en 2008 – sea reprendido públicamente e incluso maltratado por el celebrante.
No debiera olvidarse un incidente anterior y más escandaloso en Canadá. En 1985, un grupo de feligreses que intentaban continuar con la práctica que técnicamente todavía es norma en la Iglesia, se rehusaron a recibir en la mano y se arrodillaron. El sacerdote llamó a la policía y los acusó con interrumpir un servicio religioso. El caso terminó en la Corte Suprema de Canadá que permitió una apelación después que la corte local condenó a los demandantes por una violación del código penal.
Fueron acusados por “perturbar obstinadamente el orden de la solemnidad de una asamblea de personas reunidas para la adoración religiosa.”
“Los apelantes se oponen a un cambio en la liturgia, aprobada por el obispo, requiriendo que la comunión sea recibida por los feligreses de pie en lugar de la vieja práctica de hacerlo de rodillas. Como resultado de este cambio litúrgico, hubo una larga disputa entre los apelantes y el sacerdote de su parroquia y otros miembros de la congregación.
Una directiva diocesana, describiendo particularmente la forma en la que la comunión debía ser administrada y recibida, se leía regularmente durante las celebraciones, dos veces durante la misa de aquel día en cuestión. Sin embargo, los apelantes intentaron recibir la comunión de rodillas. El sacerdote le dijo a cada uno que se pusiera de pie si quería recibir la comunión. Después de unos segundos, cada uno se levantó y sin haber recibido la comunión, regresó a su asiento de manera ordenada.
El juez de este caso condenó a los acusados al encontrar que sus acciones obstaculizaban la espiritualidad de este segmento de la celebración, detuvieron las filas de comunión durante un breve momento, y crearon un nivel de ansiedad y tensión que distrajo a  los sacerdotes y algunos miembros de la congregación. Ambos, la corte del condado y la Corte Suprema de Nova Scotia, División de Apelaciones, ratificaron la condena.  [19]”
Por su antecedente en la rebelión protestante, Davies se refiere a esta pequeña revolución-dentro- de-una-revolución de progresistas post-conciliar como “el símbolo par excellence de la anarquía litúrgica, el estandarte de quienes desafiaron la autoridad de Roma, y más de mil años de tradición católica ininterrumpida.”
Tras el éxito rotundo de la campaña de comunión en la mano, se emplearon métodos similares, mentiras, distorsiones, medias verdades y adulación – siempre afirmando que era el deseo “del Concilio” – para introducir todo lo demás. Por eso hoy tenemos una misa de cara al pueblo, ministros extraordinarios de la comunión, laicos que predican, monaguillas…etc. etc. hasta las misas de rock & roll, horribles marionetas gigantes y danza litúrgica.
¿Y cuál fue el resultado de esta campaña de mentiras? Como dijo Santo Tomás, la destrucción de la civilización católica. Una carta emitida por el cardenal Valerian Gracias de Bombay, India, en 1977, podría clavarse hoy en la puerta de San Pedro:
“La Iglesia está siendo amenazada por una verdadera desintegración ocurriendo dentro: una crisis de obediencia, una crisis de fe, una crisis de santidad. Y éstas están amenazando a la Iglesia de hoy, en un momento en que la civilización necesita su presencia para encontrar sus valores.”
Y eso que en 1977 nadie había escuchado hablar del escándalo de abusos sexuales eclesiásticos o de la “homosexualización” del clero. Tampoco se habrían imaginado un Papa ordenando indudablemente a los sacerdotes la desacralización de la eucaristía con un “espectáculo celestial” en nombre de la “misericordia”.
Lo que ha quedado claro, al mirar de cerca todo lo que ha sucedido en Roma en los últimos cuatro años y medio, es que estamos gobernados por un régimen de mentirosos empedernidos y empecinados. Hacemos bien en considerar lo que Tomás y Agustín dijeron sobre las personas que mienten en asuntos religiosos – es la clase más grave y dañina. Quizás hacemos incluso mejor si recordamos el cuento de las ruedas de molino.
Hilary White
[1] El utilitarismo es la teoría moral de que una acción solo puede ser moralmente buena si produce (es útil) al menos tanto bien para las personas afectadas como cualquier otra acción alternativa. Alcanzó la fama al ser expresada por John Stuart Mill como “el mayor bien para el mayor número de personas.” Habiéndose convertido desde 1970 en el principio ético que guía a casi todas las instituciones médicas del mundo occidental, ha reemplazado efectivamente el viejo modelo Hipocrático; “Antes que nada, no hagas daño” que fue descartado al mismo tiempo que el aborto se aceptó como método de generar el mayor bien para el mayor número de personas. Ese utilitarismo fue el motor filosófico detrás del movimiento eugenésico del siglo XX – especialmente al ser aplicado por el gobierno alemán para los ciudadanos discapacitados en la década de 1930 – hecho que los utilitaristas son reacios a tratar. Cf: el artículo “¿Qué es la Bioética?” presentado por Dianne Irving en la Décima Conferencia Anual: Vida y Enseñanza X (por publicarse) University Faculty For Life, Georgetown University, Washington, D.C. June 3, 2000 [2] La incapacidad para reconocer esta falla básica de la civilización está en el centro de la impotencia de los psicólogos frente a la pandemia global de desórdenes psicológicos relacionados con la depresión y la ansiedad. También explica la aparente explosión de narcisismo entre los jóvenes que está comenzando a preocupar a los educadores. [3] Raramente se menciona el potencial coercitivo del aborto una vez que el hombre descubrió que también le permitiría a él un acceso sexual ilimitado a las mujeres, igualmente liberado de paternidad potencial. [4] No es una coincidencia que el mundo vea una explosión de tráfico humano y esclavitud, especialmente esclavitud sexual, así como el uso de prisioneros e incluso recién nacidos como fuentes de órganos. [5] Tampoco una persona con demencia viviendo en un hogar de ancianos. [6] En el terreno de la vida espiritual, porque se trata de acaparar el máximo poder – la autonomía reemplaza a la caridad –  la ideología abortista se opone a las virtudes religiosas de la obediencia y humildad santas – que los padres del desierto identificaron como primer requisito para la santidad. Como tal, es un retardador del crecimiento espiritual. Un católico que “acepta el aborto” incluso en circunstancias “limitadas” o “excepcionales” es incapaz de crecer en santidad. [7] Este número de Human Life International solo cuenta el aborto quirúrgico y no incluye el llamado aborto “médico” procurado por medio de drogas abortivas que en el Reino Unido ya superaron la cantidad de abortos quirúrgicos. Si bien China no provee estadísticas anuales a la comunidad internacional, un documento oficial del gobierno afirmó recientemente haber “eliminado” a más de 400 millones de personas por medio del aborto desde que se implementó la política del hijo único. [8] Estadísticas de la Organización Mundial de la Salud. [9] Aquí no pretendo entrar en las preguntas más importantes e irritantes que surgieron en los últimos años sobre la licitud de mentir para salvar una vida, o como se discute actualmente, para detener el aborto. Agregaré para su consideración, como posible alternativa, una cita breve de Tomás: “Pero no se debe usar de un medio desordenado e ilícito para impedir el daño y faltas de los demás; lo mismo que no es lícito robar para dar limosna (a no ser en caso de necesidad, en que todo es común). Por tanto, no es lícito mentir para librar de cualquier peligro a otro. Se puede, no obstante, ocultar prudentemente la verdad con cierto disimulo, como dice San Agustín en Contra Mendacium.” [10] O de su naturaleza. [11] Aristóteles [12] Todo católico, aunque sea levemente preocupado por la situación actual de la Iglesia Católica, haría bien en leer la trilogía magisterial de Davies, “Cranmer’s Godly Order,” “Pope John’s Council” y “Pope Paul’s New Mass.” Davies presenta la relación indiscutible entre la revolución protestante de hace 500 años y los motivos de los hombres que nos dieron el nuevo paradigma católico. El más prominente de estos revolucionarios de nuestro tiempo, el cardenal Walter Kasper, confirmó este motivo jactándose recientemente que, dados los cambios desde el Concilio, ya no puede encontrarse diferencia entre los luteranos y la mayoría de las personas que dicen llamarse católicas. [13] Tal como describió el cardenal Ratzinger, “la reforma litúrgica, en su realización concreta, se ha distanciado aún más de su origen. El resultado no ha sido una reanimación, sino una devastación. En lugar de una liturgia que fue fruto de un desarrollo continuo, han colocado en su lugar una liturgia fabricada. Han abandonado un proceso vital de crecimiento y devenir litúrgico para sustituirlo con una fabricación. Ellos no querían continuar el desarrollo, la maduración orgánica de algo que vivía a través de los siglos, y lo reemplazaron, a manera de producción técnica, por una fabricación, es decir un producto banal del momento.”(Ratzinger in Revue Theologisches, Vol. 20, Feb. 1990, p. 103-104) [14] La Descomposición del Catolicismo, Louis Bouyer, Franciscan Herald Press, 1969. En el libro, Bouyer describió a Bugnini como “criminal y untuoso,” un hombre “tan carente de conocimientos como de honestidad”. [15] “Un privilegio de los ordenados; ninguna mano salvo la del sacerdote debiera tocar el Cuerpo de Cristo” Michael Davies, The Neumann Press, 1990 [16] En primer lugar, por el Sínodo de Rouen, en el año 650 DC.En el siglo IV, los líderes de la Iglesia ya advertían sobre los abusos que sabemos que ahora son comunes a la recepción en la mano, como la pérdida de partículas o fragmentos. San Cirilo de Jerusalén advirtió, “¿Dígame, si alguien le diera el oro en polvo, no le tomaría usted con cada cuidado posible, asegurando que usted no pierde ningún de ello o sostiene alguna pérdida?” [17] Muchos de los pronunciamientos de Pablo VI incluían estas pequeñas vías de escape, haciendo que nos planteemos  la pregunta legítima de si no habría conspiración de su parte. Considerando el abrupto despido del arzobispo Bugnini – que había estado liderando la reforma litúrgica desde la década de 1940 – uno podría esperar una revisión de sus cambios a la fecha, pero más allá de enviarlo a pasar el resto de su vida en el exilio en Irán, el Papa no hizo nada para revertir ninguna de sus innovaciones, sin importar cuánta evidencia de daño a la fe se le presentara. Como escribió Henry Sire en su libro, Phoenix from the Ashes, (p. 238) al aceptar al infame Bugnini como cabeza del Concilio, el Papa “confió intencionadamente la reforma litúrgica al ala más extrema de los innovadores litúrgicos; y al hacerlo puso el futuro de la adoración de la Iglesia en manos de dos de las personalidades más sospechosas del clero italiano.” Frente a las quejas de abuso por parte de la Congregación de Ritos, Pablo declaró la independencia del grupo de Bugnini, el cual respondería solo ante él. Además de los reportes apócrifos sobre su “lamento” frente a la destrucción de la liturgia y sus quejas de que “el humo de Satanás había entrado por una grieta”, Pablo VI pasará a la historia como el Papa que al menos permitió que esto sucediera sin una pizca de remordimiento. [18] Habiendo descubierto ya tarde el inmenso daño que este cambio había causado, algunos obispos hoy buscan maneras de reintroducir la práctica tradicional. En 2008, mientras era secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el arzobispo Malcom Ranjith sugirió revisar el permiso o “abandonarlo por completo”. [19] Del sitio web de decisiones de la Corte Suprema de Canadá, “Skoke-Graham v. The Queen,” 14 de marzo, 1985
(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)
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