miércoles, 21 de marzo de 2018

CABILDO Nº28-Abril 2003- EDITORIAL- EL RETO-

 
 Publicado por Revista Cabildo Nº28
Mes de Abril 2003-3era.Época
 CABILDO Nº28-Abril 2003-
EDITORIAL-
EL RETO-
 
NO echaremos aquí más que un párrafo sobre las próximas elecciones generales. El mínimo que nos permita ratificar nuestro repudio categórico a la democracia, acompañando la dolorosa certeza de que, en consecuencia, cualquiera sea el que se alce con la tómbola electoralera, no se seguirán para la patria sino mayores días de oscuridad y de oprobio. Haga pues cada quien lo que mejor le cuadre a su prudente juicio, sea la abstención lisa y llana ante el sucio acto comicial, o su concurrencia al mismo al modo de una expedición punitiva, llevando consigo la impugnación o el testimonio de su repulsa.
 


Si opta por lo primero, un ausentismo llamativo les demostrará a los protervos que se han quedado sin clientes. Si por lo segundo, que sea nacionalista y católico el mensaje de su rechazo, para probar que no escasean los esclarecidos. Existe el derecho a la contrariedad frente a todas las formas del mal, y existe el deber de pronunciar el bien, oportuna e inoportunamente.
La cuestión de fondo es otra, y la conducta que debe surgir de ella también lo es. Por lo pronto urge recuperar el significado genuinamente católico de la organización política, en la cual -en buena síntesis de Calderón Bouchet- no mandaban las oligarquías financieras sino las monarquías tradicionales. Ellas, con sus ungidos atributos de mando, remitían a la principalía de Otro Monarca, en quien todo debía instaurarse. La papeleta electoral, en cambio, al exacto decir de Joaquín Costa, es el harapo de púrpura y el cetro de caña con que se disfrazó a Cristo de rey en el pretorio de Pilatos. Que la Semana Santa sea la previa a la del fraude sufragista, tal vez sirva de ocasión a los bautizados fieles para que se replanteen qué quieren hacer en política; de qué hablan cuando creen que están hablando de dedicarse a menesteres políticos.
Distinguir entre poder temporal y bien común completo, es la segunda tarea pendiente. Porque puede no ejercerse el primero, y estarnos moralmente vedadas, por espurias, las vías legales hacia él. Pero el poder no es fin de la política sino el bien común; que supone activa preocupación por el bienestar social, ordenado a la virde los ciudadanos, sin perder de vista la salvación. Legítima trascendencia con la que el bien común culmina y perfecciona su necesaria proyección inmanente, válida para los hombres como para los pueblos que los componen, pues los pueblos tienen -como los hombres- su rendición de cuentas y su Juicio Final, cantaba Anzoátegui. Entonces, insertarse activamente en el servicio al bien común, así entendido, es actuar en política. Y hasta es posible adquirir por este servicio una autoridad espiritual superior a cualquier poder temporal. Diríase que hoy, el único modo de garantizar este servicio es repudiando explícitamente los poderes constituidos y obrando en contra de ellos. Es la tarea del testigo, no la del candidato; la del apóstol, no la del partidócrata.
Una tercera acción por delante es la de la recuperación activa del sentido de la participación política, ahogada por el ideologismo que la ha reducido a una inserción partisana en el consenso multitudinario plural e informe. La única acción que resulta tan lícita cuanto fecunda, es la que respeta el orden de los medios naturales y se expresa a través de los cuerpos intermedios. Participación jerárquica, de cada uno en su ámbito inherente; allí donde sus decisiones encuentran el respaldo del conocimiento responsable de la realidad abordada; donde puedan serle respetadas sus libertades concretas; donde la información, el consejo o la ejecución se vayan dando escalonadamente, y el principio de subsidiariedad quede aplicado sin cortapisa. No el disparate revolucionario del todos participando en todo, sino la cordura de una participación que sea interacción de lo múltiple con lo uno.
Participar en consonancia con el orden natural, forjando autoridades entitativas, sirviendo al bien común para restaurar todo en Cristo: he aquí lo que podría darnos una elemental formulación de la acción política, una consigna tradicional y contrarrevolucionaria; el reto tomando en préstamo las palabras de Eduardo Coloma. Las vías regiminosas, en cambio, sólo sirven para perpetuar al Régimen, garantizando y convalidando su perdurabilidad; aseguran el inmovilismo del mal.
Organizar y manifestar en todo el territorio estas formulaciones, es el gran desafío de los días que corren y de los que se avecinan. Para ello -escribimos en 1982, después de la derrota malvinera- es necesario fundar la Orden de los Caballeros Redentores de la Patria Cautiva. Porque no serán el partido, el comité, ni la urna pringosa, los símbolos del rescate, sino la Hermandad combatiente de aquellos que estén dispuestos a ser mitad monjes y mitad soldados, en joseantoniana metáfora.
Algo hemos venido haciendo en tantos años. Pero es más y es todo lo que resta por hacer. Todo, menos aprobar el examen de educación democrática ante los canallescos tribunales del mundo moderno. •
Antonio CAPONNETTO