Fernando Pastorizzo o el origen de #NiUnoMenos. Por Agustín Laje
Algo se rompió con el caso de Fernando
Gabriel Pastorizzo, el joven de 20 años de Gualeguaychú que fue
asesinado a balazos por Nahir Galarza, su novia, de 19. Ese algo son los
fundamentos discursivos de una ideología que aleccionaba como dogma,
desde cátedras, política y medios de comunicación, que la llamada
“violencia de género” se circunscribía a situaciones en las que la mujer
era necesariamente la víctima de un hombre violento.
Se nos decía,en efecto, que una mujer no podía ejercer violencia de género contra un hombre;
una especie de imposibilidad ontológica se lo impedía. Bien porque la
mujer es buena por naturaleza —en una suerte de vulgar feminismo
rousseauniano, si vale el oxímoron—, bien porque una entelequia llamada
“patriarcado” está en la base de toda relación entre los sexos y, por
consiguiente, es el hombre el que necesariamente detenta un poder
desproporcionadamente mayor al de la mujer en todos los casos.
Estas generalizaciones son, por
supuesto, ideológicas. Ni todas las mujeres son buenas ni todos los
hombres son violentos. Tampoco, desde luego, todas las relaciones entre
los sexos tienen al hombre como parte dominante y a la mujer como
dominada. A Fernando lo mató su novia, que, según comentan los amigos de
aquel, mientras duró la relación también lo golpeaba con frecuencia. Y
casos como el de Fernando, aunque por falta de interés político y
mediático sean invisibilizados, se cuentan por decenas: la Fundación
Libre contabilizó, solo relevando la información pública de los medios
de comunicación nacionales, un total de 58 casos de hombres asesinados por mujeres en 2017, número que asciende a 83 si agregamos asesinatos de menores a manos de mujeres.
Los casos se van multiplicando con
rapidez. Fernando fue asesinado el 30 de diciembre. Al día siguiente, en
plena noche de Año Nuevo, un salteño fue acuchillado por su esposa y,
tras algunas horas de sufrimiento, falleció. El 1º de enero, en La
Plata, la casa de un hombre fue incendiada por su ex pareja. Al día
siguiente, en Rosario, un hombre ingresó de urgencia a un hospital con
apuñaladas en el tórax, propiciadas por su novia. ¿Y qué decir del hecho
que tuvo lugar hace apenas algunas semanas en Córdoba, en el que una
joven le cortó el pene a su amante con una tijera de podar?
La idea que se barajó hasta ahora
de violencia de género sustenta, no obstante, una visión ideológica de
la realidad social que no puede explicar estos casos de manera
convincente. Si la ideología es, al decir de Ernesto Laclau, la forma de
nombrar a un ordenamiento social que aportará el cierre (imposible) de
lo social, o bien a aquello que lo hace precisamente imposible, la idea
del patriarcado como factor explicativo de todo mal social, incluida la
violencia de género, es sin lugar a dudas una construcción ideológica
que puede nublar percepciones.
La salida a todos estos casos, no
sólo en la arena judicial sino también en la mediática, es bastante
obvia: alegar que la victimaria era, a su vez, víctima de violencia de
género. Es lo que de inmediato hizo el padre de Nahir frente a
las cámaras de televisión, aunque las publicaciones de su hija en las
redes sociales, los testimonios de los allegados y la inexistencia de
denuncias previas muestren todo lo contrario. Algo similar pasó con el
cordobés que fue castrado: la amante argumentó que se estaba defendiendo
de un ataque sexual, aunque luego los investigadores encontraron en su
computadora personal que el crimen se había organizado con tres meses de
antelación. ¿Y para qué ahondar en el caso de la mujer de Bell Ville
(Córdoba) que descuartizó a su marido pero fue absuelta por la Justicia
tras alegar que era víctima de violencia de género?
Estos casos provocan disonancia
cognitiva en quienes forman parte del feminismo radical. Leer algunos
comentarios en las redes sociales sobre el caso de Fernando eriza la
piel. He aquí algunos de ellos: “Pero el pibe también tenía la culpa. No
le dejó en claro qué mierda quería con la mina. Para mí que le dio mil
vueltas y ella terminó enfermándose”. “La culpa es de los dos”. “Pero
veo que el pibe salió ganando porque quien va a pagar en vida es ella…
Siempre los hombres ganan, no sé por qué”. La propia hermana de
Fernando, militante feminista, en su muro de Facebook expresó que de
alguna extraña manera el patriarcado también tenía responsabilidad por
el asesinato de su hermano. El poder de las ideologías nunca deja de
asombrar.
El caso de Fernando, sin embargo,
ha sacudido a todos. Gualeguaychú marchó reclamando justicia con
carteles que, por primera vez, decían #NiUnoMenos. Parafraseando a Alain
Badiou, podríamos pensar que la “situación” preexistente, dominada por
una ideología bastante estrecha, fue radicalmente interrumpida por el
“acontecimiento” del asesinato de Fernando, que representa aquello que
no estaba contado y que, por lo tanto, no existía para la mayoría.
Los
acontecimientos, como eventos que ponen en escena algo que antes no
estaba contado, generan nuevos sujetos, según Badiou. En sus propios
términos, el sujeto es “un individuo transfigurado por la verdad que el
acontecimiento proclama”. Esa verdad, en el caso de Fernando, es que el
problema de la violencia entre los sexos no puede reducirse más a una
caprichosa ideología maniquea que reducía una cuestión de suyo compleja y
variable a las categorías “género” y “patriarcado”. Ese
sujeto, que cobra vida con la triste muerte de Fernando, es el hombre
que, al decir ahora “#NiUnoMenos”, está en verdad diciendo, finalmente,
#NadieMenos.
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