América Latina, un continente infestado por los pesticidas
Volcán Momotombo en Leon, Nicaragua |
Con 1.000 millones de
toneladas por año, Brasil es el Estado del mundo que emplea más
pesticidas en su agricultura, superando en ciertos años incluso a EE UU.
Según la Asociación Brasileña de Salud Colectiva (Abrasco), el 70% de
los alimentos consumidos en este país tropical están contaminados por
los agrotóxicos. Esto supone que cada brasileño consume anualmente una
media de 7,3 litros de plaguicidas.
Le sigue Argentina, otro campeón en el consumo de glifosato,
con cerca de 300 millones de litros por año. Se trata de un herbicida
capaz de inhibir una enzima vegetal esencial para el metabolismo de las
plantas, que es conocido por los efectos nocivos sobre la salud de la
población. Uruguay, Paraguay y México también se destacan por el empleo
masivo de estas sustancias, que para muchos expertos son responsables de
causar distintas enfermedades.
“Hay varias
investigaciones en los Estados de Ceará, de Mato Grosso y de Paraná, en
Brasil, que muestran un aumento de los casos de cáncer y de
malformaciones en fetos ligados al uso extensivo de agrotóxicos”, señala
a esglobal Karen Friedrich, investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz
(Fiocruz) y profesora de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
“Brasil concentra el 20% del mercado mundial de agrotóxicos. Lo que
hemos visto en los últimos años no solo en Brasil, sino en todo el mundo
es el aumento del uso de agrotóxicos en el cultivo de materias primas.
Una de las causas es el uso de semillas transgénicas resistentes a los
herbicidas”, añade.
El mercado mundial de
agrotóxicos creció un 93% en los últimos 10 años. En Brasil este
incremento fue del 190%, según datos de la Agencia Nacional de
Vigilancia Sanitaria de este país (Anvisa). Otro estudio publicado
alerta sobre el impacto de éstos en la salud. “El Instituto Nacional de
Cáncer señala que los agrotóxicos tienen una relación estrecha con el
número de casos de cáncer detectados en edades cada vez más precoces”,
destaca para esglobal Luiz Cláudio Meirelles, investigador de salud
pública de la Fiocruz y secretario ejecutivo del Foro Nacional de
Combate a los Agrotóxicos y a los Transgénicos. A diferencia de Brasil,
donde el 70% de los alimentos consumidos están contaminados por
pesticidas, en la Unión Europea este porcentaje roza el 47%, según datos
de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas
en inglés).
“En Brasil siempre
tuvimos grandes extensiones de tierra y fazendas, cuya cultivación
invita al uso de agrotóxicos. Su uso aumentó durante la dictadura
militar. Hoy tenemos un modelo de agricultura promovido por las grandes
políticas públicas desde los 70, que favorece la producción en grandes
extensiones de tierra y de monocultivos, que a su vez son un ambiente
propicio para la proliferación de plagas”, explica Friedrich. De ahí que
el consumo de los pesticidas haya crecido exponencialmente.
Este aumento se debe en
gran parte a la plantación masiva de semillas transgénicas, sobre todo
de soja. Varios expertos señalan la relación intrínseca entre cultivos
transgénicos y crecimiento del uso de pesticidas, precisamente porque
las grandes multinacionales del sector producen y comercializan semillas
resistentes a los plaguicidas con el fin de aumentar la venta de estos
productos. Un estudio publicado el año pasado por la revista Science
Advances (editada por la Asociación Americana para el Avance de la
Ciencia) señala que la utilización de transgénicos de maíz y soja en
Estados Unidos ha reducido la utilización de productos insecticidas,
pero ha incrementado el uso de herbicidas, especialmente glifosato.
“La fragilidad de los
Estados de América Latina crea un ambiente propicio para registrar
moléculas tóxicas que están prohibidas en otros países. También influye
la falta de información sobre los riesgos de estas prácticas. Los medios
de comunicación y los lobbies del agro-negocio muestran solo las
ventajas de este modelo de agricultura”, asegura Karen Friedrich.
La reciente adquisición
de Monsanto por parte de la alemana Bayer, bloqueada a principios de
octubre por la Unión Europea, y la fusión de los gigantes
estadounidenses Dow y DuPont contribuyen a consolidar aún más el mercado
de semillas transgénicas y de pesticidas. Ambos grupos controlan gran
parte del mercado latinoamericano de las semillas y de los plaguicidas.
En Brasil la llegada al
poder de Michel Temer parece favorecer a los productores de
agroquímicos. Desde el inicio de su mandato, que sustituyó al de Dilma
Rousseff tras el impeachment de 2016, no ha escatimado apoyos al lobby
de los empresarios agrarios. En los últimos meses el Ministerio de
Agricultura ha elaborado una medida provisoria que pretende ablandar las
reglas de control sobre los agrotóxicos en Brasil. Este proyecto de
ley, que tiene que obtener el visto bueno del Parlamento para entrar en
vigor, abriría el camino para que sea autorizado el uso de sustancias
consideradas cancerígenas o responsables de causar malformaciones
fetales y mutaciones genéticas en base a pruebas realizadas en
laboratorio.“El nuevo proyecto de ley pretende cambiar el nombre de los
agrotóxicos, que pasarían a llamarse defensivos fitosanitarios,
enmascarando así la peligrosidad de estos productos. También quiere
retirar de organismos de control como Anvisa la responsabilidad de la
valoración de estas sustancias sobre la salud y el medio ambiente”,
advierte Friedrich. “De todos los agrotóxicos permitidos en Brasil, el
30% son prohibidos en la UE, y esta ley haría aún más permisiva nuestra
realidad”, recuerda la profesora Larissa Mies Bombardi, investigadora
del laboratorio de Geografía Agraria de la Universidad de São Paulo
(USP).
Argentina es otro país que se destaca por el uso masivo de pesticidas,
sobre todo de glifosato. Varios especialistas asocian el creciente
empleo de agrotóxicos al incremento de los cultivos transgénicos. “Argentina
empezó a utilizar agrotóxicos de forma masiva a partir de 1996, cuando
se aprobó la primera soja transgénica resistente al glifosato,
desarrollada por Monsanto. De hecho, la llegada de la soja a Brasil se
produce a través de Argentina, por la provincia de Misiones”, explica a esglobal el periodista Patricio Eleisegui, autor del libro Envenenados. “Desde 1996 Argentina
tiene cerca de 40 semillas transgénicas aprobadas. De ellas, 32 son
resistentes a algún tipo de pesticida, generalmente al glifosato. Estas
semillas no tienen ninguna modificación en relación a su capacidad
nutricional. Son modificadas únicamente para resistir a los pesticidas”,
agrega.
Se trata, en otras palabras, de un estratagema de las grandes corporaciones para poder vender más agroquímicos. El resultado en Argentina es que en los últimos 20 años el uso de pesticidas ha subido dramáticamente: casi el 50% entre 2002 y 2008, según Eleisegui. A
pesar de que no hay un estudio epidemiológico exhaustivo que establezca
a ciencia cierta el efecto de estas sustancias sobre la salud, hay cada
vez más evidencias de que están causando estragos entre la población de
las áreas rurales.
“No hay un estudio
epidemiológico a nivel nacional porque tanto el Gobierno de Cristina
Kirchner como el de Mauricio Macri promueven los transgénicos. En San
Salvador, en la provincia de Entre Ríos, el 40% de las muertes hoy se
deben al cáncer. También hay estudiosque comprueban que hay una
contaminación por el uso de glifosato y otros pesticidas en el agua, en
el suelo y en el aire de toda la ciudad. En otras ciudades se han
registrado datos parecidos”, informa Eleisegui.
Su libro, publicado en
2013, fue censurado y tras una larga lucha para recuperar los derechos,
volvió a aparecer en las librerías este año. Eleisegui destaca que Macri
ha mantenido a Lino Barañao como ministro de Ciencia, heredándolo del
antagónico Gobierno de Cristina Kirchner. “El cultivo de la soja ha
permitido una recaudación histórica. Argentina nunca ha tenido tantas
ganancias como con la soja transgénica. Ésta fue el gran sustento económico del proyecto de los Kirchner durante más de 10 años”, asegura este periodista.
“Al mismo tiempo, ha
habido una degradación del sistema medioambiental y productivo, porque
Argentina se ha convertido en un país meramente productor de soja,
cuando tenía una matriz muy diversificada de cultivos. En términos
sanitarios el drama es cada vez peor. Hay muchos estudios de
universidades que confirman la contaminación masiva por el uso del
glifosato y otros pesticidas. Los transgénicos se han disparado y eso se
debe a intereses económicos. Lo peor es que la riqueza generada se
concentra en muy pocos sectores. La sociedad argentina no está mejor por
la ganancia generada por la soja transgénica”, añade Eleisegui.
En el resto de América
Latina, el consumo global agrotóxicos también es preocupante. Uruguay
emplea de manera abundante peligrosos herbicidas. En este país el 97% de
las frutas y hortalizas que se consumieron entre noviembre de 2015 y
agosto de 2016 presentaban residuos de plaguicidas, según datos de la
Unidad de Regulación Alimentaria de la Intendencia Municipal de
Montevideo. “De hecho, casi todo el sector agrícola uruguayo está
desarrollado por empresarios argentinos. Cuando en Argentina comenzó a
haber restricciones de algunos cultivos, los productores compraron
tierras en Uruguay y exportaron el mismo modelo. Hay incluso discursos
del ex presidente uruguayo José Mújica en los que alaba Monsanto y
admite que hay que aprovechar la soja transgénica si crea riqueza. El
Gobierno de Tavaré Vázquez está aún más a favor de los transgénicos”,
recuerda Eleisegui.
Entre 2009 y 2013,
Paraguay quintuplicó su importación de agrotóxicos. De ocho millones de
kilos pasaron a importar 43 millones de kilos, según datos oficiales.
Frente a este incremento, en 2015 la ONU llegó a expresar su
preocupación, al mismo tiempo que instaba a este país suramericano a
regular el uso de los pesticidas.
Una de las últimas
medidas de Rafael Correa antes de dejar el poder en Ecuador fue liberar
la siembra de transgénicos, vedada desde 2008. De hecho, este país era
uno de los pocos países que prohibía el cultivo de transgénicos en su
Constitución. En 2012 Correa mostró cierta apertura a este tipo de
cultivos, que automáticamente conllevan el uso de pesticidas, al
declarar que “las semillas genéticamente modificadas pueden cuadruplicar
la producción y sacar de la miseria a los sectores más deprimidos”.
Finalmente, el ex presidente recurrió a una brecha legal existente en el
artículo 401 de la Carta Magna y aprobó el uso de transgénicos con
fines investigativos. Esta medida ha generado la protesta de un sector
de los agricultores.
En Bolivia la
importación de plaguicidas se multiplicó por seis en tan solo ocho años,
según dados de 2015. En este periodo el país adquirió 228.000 toneladas
de agrotóxicos por valor de 1.237 millones de dólares. Esta tendencia
se ha consolidado en 2016, cuando el consumo de éstos creció casi un
50%. “En Bolivia se muestran renuentes a la introducción de los
transgénicos, pero en los medios de comunicación se observa que hay más
presión que otros años para que se habilite el uso de estas semillas
modificadas”, señala Eleisegui.
A pesar de no poseer
grandes extensiones de tierra cultivadas, Chile emplea muchos
pesticidas, hasta el punto de que el año pasado se disparó la alarma
debido a la alta mortalidad de las abejas, responsables de la
polinización. Recientemente, un estudio ha revelado que los agrotóxicos
utilizados en Chile han causado una reducción en un 39% de la producción
de espermatozoides en abejas.
Otro país que destaca
por el uso de pesticidas es México, que en la actualidad libra una
batalla para evitar la introducción de la semilla de maíz transgénico.
En este país se emplean al menos 12 plaguicidas prohibidos en el resto
del mundo por sus efectos nocivos en la salud y el medio ambiente.
Substancias como el DDT y el Lindano llegan a México de contrabando y
representan un serio riesgo para los consumidores. Además, en este país
están registrados comercialmente 186 plaguicidas altamente peligrosos
que contienen sustancias cancerígenas, que han sido prohibidos en Europa
o no son vendidos en otros Estados porque las empresas que los
comercializan se han negado a seguir invirtiendo en pruebas de
laboratorio que deberían dejar claros sus efectos secundarios.
Es importante destacar que estas sustancias peligrosas para el consumo humano llegan a Europa en forma de productos exportados. Argentina, por ejemplo, vende a Italia harina de soja con restos de glifosato,
que posteriormente es empleada en la producción de la pasta. Ante la
preocupación generada por la presencia de este pesticida en productos de
alimentación, el programa de televisión Le Iene llegó a grabar un
programa entero sobre los efectos del glifosato en Argentina.
El año pasado, Alemania
devolvió todos los cargamentos de miel de Uruguay porque detectó restos
de glifosato. Desde entonces, Alemania ha reducido drásticamente la
compra de miel al país latinoamericano, que ha bajado bruscamente del
90% al 15%. Son tan solo dos ejemplos que revelan que el uso
descontrolado de los agrotóxicos puede tener un impacto también a miles
de kilómetros de distancia.
Por el contrario,
recientemente España ha conseguido esquivar la crisis de los huevos
contaminados por pesticidas que ha golpeado la economía de 17 países del
eurogrupo. Este país, que cuenta con más de un millar de granjas y 40
millones de gallinas ponedoras, ha conseguido evitar la retirada de sus
productos gracias a los controles exhaustivos que realizan las
autoridades nacionales y locales.
World Economic Forum