domingo, 19 de noviembre de 2017

Los Judíos y las naciones – Samuel Roth

Los Judíos y las naciones – Samuel Roth





Los judíos siempre crean problemas



Con ese invisible muro (más formidable que la Gran Muralla de China, que al menos puede verse a simple vista) erigido a su alrededor, los judíos marcharon hacia el norte, el este y el oeste. En una época u otra, han tenido problemas en casi cada región de lo que hoy día es el mundo civilizado.


Inglaterra, que fue uno de los primeros países europeos que los judíos adoptaron como hogar, los expulsó en bloque, precipitadamente en el año 1290. El expulsarlos fue un gran sacrificio para Eduardo I, porque los judíos le prestaban dinero a un interés mucho más bajo que el que le pedían los banqueros italianos de la Lombardía. Pero esa era la manera de actuar los judíos: al rey de Inglaterra no le pedían casi nada por el dinero que le prestaban... para que cuando el resto del pueblo se le quejara de la dureza de corazón de los judíos, tuviera motivos para cerrar los oídos a sus lamentos.

Pero, sencillamente, llega un momento en que las protestas, incluso del más servil populacho, ya no pueden ser ignoradas impunemente por un rey.


Eduardo I lo sabía, y cuando se dio cuenta de que la paciencia de Inglaterra estaba al límite, firmó el famoso edicto. La población de Britania se sintió tan agradecida hacia él por el edicto, que incluso los campesinos (a los cuales los judíos nunca habían fiado dinero) contribuyeron a una suscripción popular de dinero que obsequiaron a su rey, la cual le hizo innecesario tener que pedir dinero prestado nunca más. Esta expulsión de Eduardo I, de unos catorce mil judíos a través del canal inglés, estableció una moda que fue rápidamente imitada por Italia, España, Portugal, Francia y Alemania.

La marea de la inmigración se dirigió ahora hacia el este -hacia Polonia, Rusia y otras
naciones eslavas-. Pero con la misma seguridad con la que les había seguido a todas partes, el odio a los judíos también se desarrolló en Polonia y en Rusia. Durante la última parte del siglo 19 y los primeros años del 20 hemos sido testigos de cómo el virulento antisemitismo del Oeste resurgía en el Este, donde los pogromos y boicots eran comparables a las infernales torturas de la Inquisición.

Francia, que expulsó a los judíos en el siglo 13 y los readmitió en el 15, estalló en el épico caso Dreyfus, justamente cuando Rusia multiplicaba los pogromos.

En Alemania, que nunca había tomado ninguna acción tajante contra los judíos, se ha
desencadenado de repente tal actividad antisemita, que bien pudiera destruirse a sí misma en su agonía.

El antisemitismo: un instinto vital innato

En los siguientes capítulos de este libro me ocuparé una por una de las causas del
antisemitismo, tanto de las causas pretendidas como de las reales. En este momento sólo deseo reafirmarme en el hecho de que el antisemitismo es tan instintivo que podría llamársele con razón uno de los instintos primarios de la humanidad, uno de los importantes instintos mediante los cuales una raza se ayuda a protegerse contra la destrucción total. Todo el énfasis que ponga en éste punto nunca será suficiente.

El antisemitismo no es, como los judíos pretenden hacer creer al mundo, un prejuicio activo.

Es un instinto profundamente oculto con el que nace todo el mundo. Los hombres
permanecen inconscientes de él, como ocurre con todos los demás instintos de
autoconservación, hasta que ocurre algo que lo despierta. Al igual que cuando algo vuela en dirección a tus ojos, los párpados se cierran instantáneamente por sí solos, así de rápido e inevitable se despierta en los hombres el instinto del antisemitismo.
Si fuera verdad, como claman los judíos, que los gentiles atacan violentamente a los judíos por simples prejuicios contra su religión, o por envidia hacia su superior talento comercial, ¿cómo podría ser, para empezar, que los judíos consiguieran entrar en ningún país civilizado?

¿Acaso no han sido siempre admitidos los judíos, desde tiempo inmemorial, libremente, amablemente, casi felizmente, por todas las naciones a cuyas puertas han llamado para solicitar ser admitidos? La historia de los judíos, tal como ellos mismos la han escrito, siempre llegaba antes que ellos, divulgándose a través de los pueblos extranjeros y evocando en sus mentes curiosidad y piedad. ¿Es que los judíos han tenido alguna vez que solicitar a un país que les admita -la primera vez que llegaron?
Lee por tí mismo la historia de los avances de la judería por toda Europa y América. Allá donde llegaban eran bienvenidos, se les permitía asentarse, y unirse a los asuntos generales de la comunidad. Pero, una a una, las industrias del país les cerraban sus puertas a causa de sus prácticas desleales... hasta que, al ser ya imposible controlar ni contener por mas tiempo la ira del pueblo traicionado, aparece la violencia e, invariablemente, la ignominiosa expulsión del país de toda la raza en bloque. No existe ni un solo caso en el que los judíos no se hayan merecido con toda la justicia el amargo fruto de la furia de sus perseguidores.

Excepto, quizá, lo que está sucediendo hoy día en Alemania. Pero ya trataré de ese asunto en el lugar apropiado.

El antisemitismo en diversos países

En los países europeos en los que los judíos no han sido reducidos a un estatus de ciudadanía de segundo grado (como los 'negros' [negroes] en el sur), el sentimiento antijudío está aumentando rápidamente y encamina decididamente las cosas en esa dirección.

En Rumania y en Austria se producen constantes violencias callejeras contra los judíos.
En Inglaterra y Francia la influencia de los judíos, en la política, los negocios y las
profesiones liberales, ha creado una atmósfera tan sofocante para los nativos que en estos países ha surgido toda una prensa cuyo único objetivo es abogar por otra expulsión de los judíos, que esta vez sea permanente. Hablando de prensa, no creo que exista ni un solo periódico en Europa que sea amistoso con los judíos.

Incluso en América, la más paciente de todas las naciones occidentales, las cosas están
llegando a un punto crítico. No es ningún secreto que las leyes de restricción de la
inmigración que fueron aprobadas hace una generación estaban dirigidas principalmente contra los judíos. Industria tras industria ha tomado medidas para excluir como empleados a los judíos. La población civil se está acalorando contra los abusos de los doctores y abogados judíos. Hay mala sangre en el ojo del Tío Sam cuando mira al otro rincón del ring, al sonriente y gordinflón Tío Moisés.

--Solo un combate de esgrima --dice Tío Moisés tranquilizadoramente.
--¡Y una mierda, combate de esgrima! --gruñe el Tío Sam--. Ésto es un duelo a muerte.
Es exactamente la postura de un Faraón de Egipto, que una vez razonó: [NdT: Éxodo 1.9-10]
«Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es demasiado numeroso y demasiado fuerte para nosotros; ocupémonos prudentemente de ellos, no sea que se multipliquen, y venga a pasar que cuando nos acontezca alguna guerra, se unan también a nuestros enemigos y luchen contra nosotros, y huyan fuera del país».

Se ha convertido en el razonamiento de todos los reyes y Congresos de cada país invadido por el pueblo judío. Nunca ha cambiado, porque la naturaleza de los judíos no ha sufrido ningún cambio razonable. Seguimos siendo la semilla de Abraham, Isaac y Jacob. Llegamos a las naciones fingiendo estar escapando de la persecución, nosotros, que somos los más letales perseguidores de todos los desdichados anales de la humanidad.

Apión, en sus malévolas y mentirosas soflamas contra los judíos, intentó propalar la infamia de que los judíos eran leprosos, y que, en vez de escapar de Egipto, en realidad los echaron de allí a patadas. Probablemente Apión era un gran mentiroso, como cualquier rabino de Alejandría de su tiempo. No hay ninguna razón para creer que los judíos fueran menos saludables que cualquier otro pueblo de nómadas de los páramos de Asia o África, que tuvieran la higiénica sagacidad de peinarse finamente el pelo al menos una vez cada dos semanas.

Los judíos, violadores de naciones

Pero recuerdo, en relación con esto, la brillante teoría de Franz Oppenheimer relativa a la formación de los estados. En los comienzos, razona, hay dos tipos de comunidades a partir de las cuales evoluciona el estado: los pacíficos y desregulados labradores del suelo, que pueden compararse colectivamente con los órganos femeninos pasivos; y las bandas de merodeadores errantes cuyo único medio de vida es caer sobre uno o más de estos asentamientos pacíficos, esclavizarlos y comercializar sus talentos y trabajos. Este segundo tipo de comunidad lo comparaba con los machos. Cuando éstos dos se encuentran, y uno penetra al otro, prosigue la teoría, tiene lugar la concepción, y se produce el feliz acontecimiento: el nacimiento de un nuevo estado.

La nación judía, por cierto, que constituye una de esas comunidades que Franz Oppenheimer designa como el órgano masculino. El órgano está en constante funcionamiento, y puede contarse con sus servicios en cualquier momento, a sus horas o a deshoras. Pero hay un grave problema. Él órgano está enfermo. La enfermedad es una especie de gonorrea moral conocida como judaísmo y que, por desgracia, parece ser incurable. Los resultados de tal apareamiento, como le diría cualquier buen doctor, son invariablemente insanos y traicioneros.

Si tiene dudas sobre ello, eche una mirada a cualquier país de Europa afectado por la
enfermedad judía. Si necesita más para acabar de convencerse, eche una mirada a lo que está sucediendo en América.

Samuel Roth “Los judíos deben vivir” Pags. 51-54

Descargar el libro Aquí

  





Una "foto de jeta" (ficha policial) de Roth
  
Nota del Editor: Samuel Roth fue un polémico escritor, editor y pornógrafo judeoamericano de origen ruso censurado por su explicita posición ante la sexualidad occidental de su época. También fue durante mucho tiempo un paria en el mundo literario por dedicarse a la piratería literaria y publicar libros pornográficos y sin censura alguna, por ser un iconoclasta de la moral llego a pasar varios años en prisión.

De acuerdo con Wikipedia, el desplome de Wall Street de 1929, llevo a Samuel Roth a enojarse profundamente con sus congéneres porque lo estafaban y arruinaban y escribir este libro que se ha catalogado de “auto-odio étnico”. Una vergüenza para la familia y para el propio escritor, que lo llevo a arrepentirse, renegar del libro y luego retirarlo, en una reimpresión de 1964, 5 capítulos fueron misteriosamente omitidos, y con recortes de texto en el capítulo 4.

Enviado por Santiago Mondino

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