miércoles, 15 de noviembre de 2017

La Tradición aplasta al modernismo, compendio de todas las herejías

ADELANTE LA FE


En la Tradición de la Iglesia encontraremos siempre límpida la sana y perenne doctrina, muy beneficiosa y saludable para nuestra alma. Nos estemos ávidos de novedades, que son un veneno mortal. Buscar otras “verdades” fuera de la Iglesia católica es locura y necedad, como también lo es dejarse embaucar por la teología moderna, apestada de herejías.
A este respecto afirmaba Gregorio XVI en la “Singulari Nos”: «Es muy deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando uno está sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por saber más de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo sedimento de error».


El P. Antonio Gómez Mir, párroco de San Jordi de Barcelona y capellán de Hispania Martyr nos explica el modernismo y sus causas desde su raíz, así como las principales condenas del Magisterio de la Iglesia.
¿Qué entendemos por modernismo y cuáles son las notas que lo definen?
El modernismo es una crisis del pensamiento católico que se manifestó a finales del siglo XIX y comienzos del XX, que pretendía conciliar la fe con algunos principios de la «filosofía moderna» y con ciertas teorías de la crítica histórica.
Las notas principales que lo definen son: agnosticismo, sentimentalismo, heredado del protestantismo liberal, inmanentismo y la exaltación humanista. Para entender su desarrollo habría que retrotraerse a Lutero, o incluso a Erasmo de Rotterdam, que bien podría ser el primer modernista, el primer demócrata cristiano. Ploncard d´Assac recoge una expresión muy esclarecedora: “Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló”.
El error protestante tuvo su versión laica en el subjetivismo gnoseológico kantiano y, de aquí, en la doble orientación del idealismo trascendental de Fichte-Schelling-Hegel, que subordinaba la religión a la filosofía y del irracionalismo fideista (más cercano a Kant) de Schleiermacher, que ponía la esencia de la religión en el «sentimiento» individual de lo divino.
La gravedad del error dogmático del modernismo está toda ella en su principio fundamental. Es un cambio radical de la noción misma de «verdad», de «religión» y de «revelación»: la esencia de este cambio está en la aceptación incondicionada del «principio de inmanencia» que funciona como fundamento del pensamiento moderno. Abandona la verdad cristiana a la contingencia de la cultura humana y de la experiencia subjetiva.
¿Podría citar las principales encíclicas y documentos eclesiásticos que condenan expresamente el modernismo?
San Pío X publicó la Encíclica “Pascendi”, condenando la doctrina modernista. Constituyó un acto magisterial único en su especie pues el Pontífice no sólo condenaba un error, sino que, exhaustivamente y desde sus raíces más profundas exponía la doctrina que condenaba. En efecto, las doctrinas modernistas no habían sido presentadas por sus autores como un sistema orgánico. Sin embargo, en la Encíclica el Pontífice muestra cómo aquella amalgama de errores responde a una raíz común que encierra grave peligro para la fe católica.
Fue precedida del decreto Lamentabili que condena 65 proposiciones en su mayoría de obras de Alfred Loisy. Por la naturaleza y profundidad del documento el historiador jesuita Ludwig Hertling dijo que la Encíclica “Pascendi” es una obra maestra en su género, digna de ocupar un puesto al lado del Tomus ad Flavianum de León el Grande y del decreto tridentino sobre la justificación.
También destaca el gran asombro que causó entre los mismos modernistas el conocimiento profundo que el Pontífice mostró tener de la doctrina que condenaba.
Antes que San Pío X, hay dos documentos publicados conjuntamente por Pio IX (“Quanta cura” y el “Syllabus”) que son fundamentales. Incluso  “Mirari vos” y “Singulari vos” de su predecesor, otro gran Papa, Gregorio XVI son necesarios para comprender los precedentes. Se podría afirmar que Pío IX combatió el error cuando se insinuaba en el mundo y Pío X lo atajó cuando pugnaba por adueñarse de la Iglesia. Tienen más de un siglo, pero para entender lo que pasa hoy en la Iglesia hay que volver a leer estos documentos. De aquellos polvos, vinieron estos lodos.
¿Por qué San Pío X definió el modernismo como el compendio de todas las herejías?
Decía el admirado padre Santiago Ramírez O.P. que las desviaciones doctrinales en materia religiosa en nuestros tiempos modernos tienen por característica «el ser fundamentales y de una cierta universalidad». Es cierto que hubo momentos en la historia de la Iglesia que la herejía era poderosa pero el error se circunscribía a uno u otro dogma o verdad de fe: la divinidad de Jesucristo, el pecado original, la Presencia real de Cristo en el Sacramento del Altar… Ahora el error es más radical, afecta a toda verdad de fe, porque pretenden reformular todo a la luz de los nuevos tiempos. Por todo eso San Pío X calificó al modernismo de compendio de todas las herejías, “omnium haereseon collectum”
El P. Ramírez dice que el modernismo invadió toda la religión cristiana, sometiéndola a una transformación radical, según las leyes de la evolución vital, que consiste en un puro cambio. Se trataba de denostar todo intelectualismo, porque el intelecto es radicalmente incapaz de percibir la realidad como es en sí. Es una de las notas del modernismo: el agnosticismo.
La única vía de acceso a la verdad es la experiencia individual, íntima. Puro inmanentismo.  La revelación, la fe, los dogmas todos no son más que vivencias más o menos conscientes y transfiguradas de nuestra experiencia religiosa. Las fórmulas llamadas dogmáticas carecen de todo valor y de toda verdad absoluta: son meros símbolos o imágenes de los objetos de nuestra fe, creados por el sentido religioso. Son siempre provisionales y de un valor puramente relativo. No existe ni puede existir una verdad absoluta. Todo es puro cambio, como la vida misma. Por eso cambia eso que llamamos verdad, a tenor de la vida y las circunstancias.
El modernismo -señala la Pascendi- mina el carácter sobrenatural de la Iglesia «no desde fuera, sino desde dentro… en sus mismas entrañas» Un error como esté no afecta a una verdad de fe sino a todo el depósito de la fe que custodia la Iglesia católica. Es la herejía de todas las herejías. No es un tumor, es la metástasis…
¿Quiénes fueron los principales representantes del modernismo?
Una reflexión sobre los aspectos existenciales de los protagonistas de este naufragio espiritual –casi todos clérigos- retrata muy bien las consecuencias del modernismo en la vida de un creyente.
Los máximos representantes del error fueron en aquellos comienzos del siglo XX: Alfred Loisy, Blondel, el Barón Friedrich von Hügel, íntimo amigo de Loisy y de Maurice Blondel, el P. Duchesne, Albert Houtin, sacerdote también y muy estudioso en el campo de la historiografía, Le Roy y Marcel Héber, en el campo de la filosofía. Mons. Mignot -más tarde arzobispo de Albi-, que será siempre un defensor del movimiento, aunque procure moderar sus excesos; el Abbé Birot, su futuro Vicario General. En Italia Romulo Murri, considerado padre de la democracia cristiana, otros dos sacerdotes: Giovanni Semeria y Ernesto Buonaiuti y un laico: Antonio Fogazzaro con su deletérea obra “El Santo”. En Inglaterra el Padre George Tyrrell, hombre torturado de dudas.
Se dice que Alfred Loisy, el más importante de ellos, perdió la fe ya en el Seminario, pero, en general, de los demás modernistas que habían sido hombres de fe en un momento dado, pierden la fe. Una frase suya tristemente célebre es el lamento: “Cristo predicó el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia”. Afirmaba sin rodeos que Cristo no quiso en ningún momento fundar la Iglesia. El Padre Tyrrell, jesuita irlandés, concibió el modernismo como un cristianismo que sintetizaría las verdades religiosas y las verdades de la ciencia moderna. Afirmaba que los dogmas debían irse adaptando con el tiempo de acuerdo con las necesidades de la vida misma.
La Compañía lo expulsó en 1906. Sin un obispo que lo incardinara en su diócesis, quedó suspendido a divinis. Tyrrell no se sometió y esto le valió la excomunión.  Se dice que al final de su vida, ya muy enfermo, se le veía en la iglesia cercana a su casa, sentado en el último banco llorando, posiblemente, por la fe perdida.
A partir de la Pascendi el movimiento se dispersó. Tyrrell murió en 1909. Loisy pasó abiertamente al racionalismo abandonando el sacerdocio y la Iglesia, como antes habían hecho ya Houtin, Hébert y Murri y como habría de hacer más tarde Buonaiuti (1926), el último representante del modernismo católico.
¿Cuáles son las ideas modernistas que se fueron extendiendo hasta nuestros días?
Las intenciones modernistas son de máxima actualidad entre teólogos y pastores desde ya antes del Concilio Vaticano II y también en sus peregrinas interpretaciones posteriores. Un intento de reformulación de la fe para adaptarla al hombre moderno, para hacerla más atractiva y cercana a sus problemas. Fue un intento de renovación de la exégesis, de la historia y de la teología en la perniciosa estela de un pensamiento que sospecha de todo dogmatismo y que estaba familiarizado con los nuevos métodos de interpretación de los textos.
No sería comprensible la crisis modernista, sin tener presente la generalización del racionalismo y del agnosticismo en el pensamiento occidental, a partir de Kant. Tal pensamiento había ejercido un fuerte influjo sobre la teología protestante alemana, gestando así en su seno al llamado protestantismo liberal que acabó negando absolutamente todo: la inspiración de la Sagrada Escritura, los milagros, la divinidad de Cristo, los sacramentos; y presentando la Biblia como una piadosa colección de experiencias religiosas intimistas.
Para Sabatier, la esencia del cristianismo reside «en una experiencia religiosa, en una revelación íntima de Dios obrada por primera vez en el alma de Jesús de Nazaret, que se verifica y repite, sin duda menos luminosa, pero claramente reconocible, en el alma de todos sus verdaderos discípulos». Jesús sintió con Dios una relación filial, mirándolo como a Padre. Es decir, Jesucristo se sintió hijo de Dios, pero nada más. Así pues, los dogmas no serían más que la transposición de las propias emociones en una noción intelectual que es su imagen expresiva, su envoltura, y, por tanto, no hay duda de que siempre sería un elemento variable y sujeto a cambio de dos errores: agnosticismo e inmanentismo. El agnosticismo kantiano se difundió y muchos pensadores católicos fueron salpicados por ese corrosivo impulso.
¿De qué manera podemos contrarrestar este modernismo tan presente en la Iglesia?
La fe de los modernistas es una creación inmanente de la propia experiencia religiosa. Es decir, cuando los modernistas hablan de fe, hablan de un conocimiento, que no puede trascender el orden natural. La teología y los dogmas sobran.
Un gran filósofo y teólogo italiano, el Padre Cornelio Fabro, estimaba, en 1974, que la teología había sido reducida en antropología. El «giro antropológico» formulado por Karl Rahner ha impregnado la cultura teológica y filosófica dominante del catolicismo contemporáneo. Los grandes maestros de la vida ascética y mística, verdaderos hombres y mujeres de fe, en ninguna cosa ponen más cautela que en estas internas mociones sentimentales, desconfiando de ellas, llevados por la experiencia de lo difícil que es discernir los verdaderos sentimientos religiosos y sobrenaturales de las ilusiones producidas por una imaginación exacerbada, por los fantasmas de la exaltación pietista o incluso por la debilidad de cabeza.
Quien no profese la fe católica íntegramente debe rezar mucho y pedirla con lágrimas. Quien la posea que la guarde con celo porque es un don que hemos recibido y que llevamos en vasijas de barro. Siguiendo la imagen de San Pablo, cabe decir que las vasijas son frágiles, se pueden quebrar y derramarse su contenido. Hay que cuidar la fe: oración, sacramentos y estudio de la sana doctrina católica. La teología modernista parte de un desprecio de la recta filosofía recomendada por la Iglesia católica como base para los estudios teológicos; da primacía a la experiencia íntima, con lo que reduce la fe sobrenatural a experiencia natural.
Volvamos a la vigorosa sencillez de la abstracción aristotélico-tomista. No puede ser teólogo quien no tuviera la fe verdadera, ni es verdadera teología la de los herejes, pues en Teología no se procede sólo mediante la razón, sino también mediante la fe, de la que no puede carecer quien aspire a hacer Teología.
Javier Navascués