sábado, 16 de septiembre de 2017

Cabezas, López, Maldonado. Por Vicente Massot

Cabezas, López, Maldonado. Por Vicente Massot

Seamos sinceros, por una vez, aunque ello signifique reducir a escombros uno de los tantos mitos erigidos desde hace décadas por las tribus progresistas y los cultores de lo políticamente correcto: ¿quién se acuerda de José Luis Cabezas? —Nadie que no forme parte de su familia y del conjunto de sus amigos. Pero no es este el único olvidado. La misma pregunta podría hacerse respecto a Julio López y valdría para él idéntica respuesta. Sólo cuando desapareció el activista mapuche Santiago Maldonado alguien recordó, por vergüenza, el caso del albañil a quien se lo tragó la tierra durante el gobierno de Néstor Kirchner. De no haber sido por ello, seguiría en el limbo.
Que el fotógrafo de la revista Noticias, López, y tantos otros hayan desaparecido de la primera página de los diarios y de la consideración pública en general no supone —al menos no necesariamente— que la sociedad argentina desconozca con llamativa facilidad lo que, en su momento, se comprometió a no hacer. Sencillamente pone al descubierto que hechos como los señalados más arriba —todo lo trágico que se quiera— están destinados a ser abandonados por los medios masivos de difusión y por la opinión pública luego de un determinado tiempo, que varía según las circunstancias.
Con Maldonado pasara exactamente lo mismo, más allá de cuál sea la deriva del caso y cuál sea el desenlace del mismo. Por ahora, todos hablan de él y cada uno de los periodistas, funcionarios, políticos, ransform. y militantes que levantan la voz para ocuparse del tema, tejen teorías y extraen conclusiones como quien se sienta a perorar en un café o en una tribuna pública. 

Fenómeno, éste, que delata dos cosas: por un lado, la inveterada vocación de los  argentinos de hablar de todo lo divino y lo humano con la particularidad, además, de ideologizar la cuestión debatida; por el otro, la falta de seriedad de los factores sociales y políticos que tienen arte y parte en el asunto.
Un juez que decide por las suyas, sin fundamento jurídico ninguno, pero pensando siempre en el qué dirán, centrar la investigación fuera de los territorios que los mapuches consideran sagrados. Consagra así la existencia de dos soberanías dentro del mismo país y de dos códigos para juzgar a los que —se supone— son ciudadanos argentinos. Por supuesto, nadie le pide explicaciones. Un ministro de Justicia al cual no se le ocurre mejor idea que solicitar ayuda a las Naciones Unidas y formar un comité para tratar el caso. Una rama de la Procuración que obedece a Alejandra Gils Carbó que presenta un papel anónimo, obviamente fraguado, con
sellos falsos de la Policía Federal, en calidad de prueba. Lo inconcebible es que ahora figura en el expediente y los principales medios porteños lo toman cual si fuera un dato de la máxima importancia. A ello es conveniente agregarle los testigos interesados en inventar una cacería de brujas por parte de la Gendarmería que se contradicen entre sí e —inclusive— se contradicen ellos mismos.
Si no fuera porque Santiago Maldonado a esta altura podría estar muerto, lo que se ha desarrollado desde el momento en que se denunció su desaparición hasta el momento es un escándalo grotesco. El gobierno a la rastra de los acontecimientos, tratando de sacarse de encima la acusación que contra la administración macrista han levantado sus enemigos; el kirchnerismo buscando extraer del asunto un rédito electoral que tanta falta le hace; los mapuches radicalizados, a quienes una víctima mortal les viene de perillas, victimizándose como si fueran carmelitas descalzas y no miembros de una organización delictiva; la mayoría de los periodistas transformados en sabelotodos y una parte de la sociedad —la que se interesa en el caso— sin saber a qué atenerse.
Nadie sabe lo que sucedió con Santiago Maldonado y existe la probabilidad que nunca se sepa. Más allá de lo que pase —sea que aparezca con vida, que se encuentre su cadáver, o que permanezca desaparecido para siempre— lo cierto es que se ha transformado en un hecho político, básicamente por dos razones: su militancia junto a uno de los mal llamados “pueblos originarios” y el cronograma electoral. Dicho en otros términos: si el militante de RAM hubiese pertenecido al partido de Alejandro Biondini a nadie le hubiese importado y no habría habido ninguna grita mediática ni política; si en los comicios que se substanciarán el próximo 22 de octubre en la provincia de Buenos Aires no interviniesen dos facciones enemigas —a las que separa no una grieta sino un abismo— la desaparición no se habría convertido en semejante escándalo.
Pero las cosas son como son. Maldonado era un activista de izquierda y en el territorio bonaerense se juega mucho más que la elección de tres senadores y unos cuantos diputados. Esto plantea la incógnita de qué tanto puede influir en el ánimo de los votantes el tema. Cristina Fernández y muchos que no pertenecen ni a su círculo áulico ni son simpatizantes de Unidad Ciudadana piensan que si ocurriese lo peor y el activista mapuche fuese hallado sin vida, el desenlace podría costarle caro a los candidatos de Cambiemos. Es en virtud de esta convicción que la ex–presidente de lo único que habla, salvo excepciones, es de Maldonado. En la vereda de enfrente Mauricio Macri y la mesa chica que le ayuda a tomar las decisiones —Marcos Peña, Jaime Durán Barba, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta— están convencidos de que difícilmente la parte decisiva del electorado —que cerró filas en agosto con Massa y Randazzo— vaya a votar en contra del gobierno por el caso Maldonado. Al mismo tiempo son conscientes de que, respecto al mismo, han perdido la iniciativa. La agenda es hoy casi un monopolio de los medios y del kirchnerismo que no se cansan de dudar o de estigmatizar, según sea quien se trate, a la Gendarmería, a Patricia Bullrich y al presidente.
En el proceso que se ha abierto y tiene un final incierto, sólo un escenario disparatado podría modificar la intención de voto de los indecisos y abrir el camino para un triunfo de Cristina Fernández en octubre: que Santiago Maldonado apareciere muerto, se comprobase que fue por culpa de un gendarme y que detrás del hecho estuviese el gobierno nacional.